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SOBRE EL SIMBOLISMO DEL PILAR Texto: M.A. Aguirre El pilar es uno de esos símbolos que son comunes a casi todas las tradiciones. Su simbolismo, según los diferentes puntos de vista desde los que se le contemple, contiene, se puede decir, aspectos casi inagotables que se corresponden y complementan entre sí; veamos algunos. El pilar está vinculado, junto a otros símbolos que le son equivalentes –el árbol, el poste, la escalera, el puente, el arco iris–, al simbolismo axial y al simbolismo de pasaje. De manera que, como vamos a ver, la idea de eje y la de paso –de un “lugar” a otro– están en él relacionadas. Y también la de movimiento –de rotación alrededor del eje. La palabra pilar, del latín pila, significa mojón que se pone en los caminos, una señal permanente colocada para fijar los linderos de heredades, términos y fronteras. También significa pilastra, columna: un apoyo normalmente cilíndrico de techumbres y edificios. En otro sentido, significa pilón, fuente pública, abrevadero. Como mojón, y columna, la palabra pilar encierra la idea de verticalidad, representada geométricamente por la línea vertical considerada en sus dos sentidos: ascendente, y descendente. En el caso de la columna, esta línea es el eje del cilindro que le da forma. La palabra vertical tiene por raíz wert, dar vueltas. De ahí viene la palabra latina verto, hacer girar. De ésta deriva la palabra vértice, polo entorno al cual gira el cielo, cumbre; y también deriva la palabra vertical, que va a la cumbre. Por otra parte, la palabra columna tiene por raíz kel, mover alrededor. De ahí vienen las palabras griegas Κυκλοζ, círculo, y Πολοζ, polo, polar, eje. La palabra eje tiene por raíz aks, eje. Con sufijo aks-on tenemos la palabra griega αξων, eje, o varilla que atraviesa un cuerpo giratorio y le sirve de sostén en el movimiento. Con sufijo aks-i tenemos la palabra latina axis, vértebra segunda en torno a la cual gira el cuello. La palabra pilar encierra, pues, la idea de verticalidad, y la de eje. Y, a través de éstas, se relaciona con la idea de movimiento de rotación alrededor del eje –y sus polos– del cilindro que da forma a la columna. Este eje está formado geométricamente por los centros de todas las circunferencias descritas en la superficie lateral de dicho cilindro, así como por los de las espiras de las dos hélices –una que gira según el movimiento de las agujas del reloj, y la otra en sentido contrario– que conforman esta superficie. Se puede decir que el pilar centra en su eje esas circunferencias y espiras, y les fija sus linderos –en los dos sentidos del eje– estableciendo un puente –vertical– entre todas ellas. La cosmología tradicional –toda ciencia tradicional es aquella ciencia que se vincula a los principios metafísicos– contempla simbólicamente al pilar –como, por otra parte, a todos los símbolos– desde dos puntos de vista: el macrocósmico, y el microcósmico. Desde el punto de vista macrocósmico, el pilar es un símbolo del Eje del Mundo –Axis Mundi: eje-puente que comprende los centros de los diversos órdenes de la Existencia universal –en su modificación, o rotación, permanente–, y de los múltiples estados del Ser, estableciendo un paso –una vía de unión– del polo superior al polo inferior del eje, tanto en sentido descendente como en sentido ascendente. En el sentido descendente de este eje, se puede decir, tiene lugar la transmisión de la influencia intelectua/espiritual que emanando del polo superior vivifica a todos los mundos y a todos los estados del Ser; en su sentido ascendente, tiene lugar, gracias a esa misma influencia, la posibilidad de la reintegración de todos los órdenes de la Existencia y de todos los estados del Ser en el polo superior. Desde el punto de vista microcósmico, el pilar es un símbolo del eje del ser humano, tanto en su aspecto sutil, como eje-puente en el que se situan los centros –ruedas– sutiles por los que se escalona –desde el cóccix hasta la coronilla– el ascenso de la energía sutil, tanto en su aspecto material, como columna vertebral. Un ejemplo de este simbolismo del pilar como Eje del Mundo –en el que el simbolismo del pilar está relacionado con el de la escalera– está expuesto en el relato bíblico del sueño de Jacob. La piedra erigida como estela por Jacob, en Luz, es un pilar que figura la escalera del sueño: “una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Jehová estaba sobre ella –Génesis 28 12-13”. Tanto esa piedra erigida por Jacob como esa escalera del sueño –cuyo verdadero eje, invisible, está constituido por los puntos medios de sus peldaños– simbolizan el Eje del Mundo. Otro ejemplo de este mismo simbolismo lo encontramos en las obras de arte cristiano, inspiradas en el relato evangélico de la flagelación, en las que aparece Cristo atado a una columna, o, mejor dicho, parece abrazado a ella. Pues, analógicamente, desde el punto de vista cosmogónico, el Verbo se identifica, en su centro mismo, con el Eje del Mundo. Ya que “ese centro es el punto original desde el que es proferido el Verbo creador, y es también el Verbo mismo”(1) . En este ejemplo, el eje y el centro se identifican en Cristo –quien es el Alfa y la Omega–, ya que en él los polos se centran. Por otra parte, el pilar y la columna, como apoyos de techumbres y edificios, forman parte de los elementos de la construcción, y del simbolismo constructivo. Y la piedra, como trozo de roca tallado para la construcción, está también ligada a este simbolismo. De manera que los diferentes tipos de piedra que se colocan en la construcción de un edificio ocupan el sitio que les corresponde. La piedra de fundamento ocupa el centro de la base del edificio, y la piedra angular ocupa la sumidad. Ambas están situadas –en posición invertida una respecto de la otra– en los extremos –vértices, o polos– del eje vertical del edificio –pilar inmaterial e invisible, ya que generalmente no está construido– que pasa por el centro del mismo. En la cosmología tradicional, al Universo, y al hombre –pequeño universo– se les simboliza mediante un edificio al que se denomina casa, o templo. Y se establece entre ellos ciertas correspondencias. En el caso del hombre, la piedra de fundamento se hace corresponder a los pies; la piedra angular, a la coronilla de la cabeza; y el pilar invisible, a la columna vertebral. Y en el caso del Universo, la piedra de fundamento se hace corresponder a la Tierra; la piedra angular, al Cielo; y el pilar inmaterial, al Eje del Mundo. En la Cábala, el Universo está simbolizado por el Árbol Sefirótico, que se sustenta en tres pilares, o columnas: la columna del centro, llamada columna del Equilibrio; la columna de la derecha, llamada columna de la Fuerza, de la Gracia, o de la Misericordia; y la columna de la izquierda, llamada columna de la Forma, o del Rigor. En este símbolo, las columnas laterales se equilibran en la columna del centro, ya que es en ella donde se concilian todas las oposiciones de las otras dos. Y es por esta columna del centro que se asciende o se desciende a través de los diferentes órdenes de la Existencia, y de los múltiples estados del Ser. Esto mismo es lo que, por otra parte, representa el símbolo del caduceo, el atributo de Hermes –el dios patrocinador de la Tradición hermética. Ahí, las dos serpientes enroscadas –como dos columnas salomónicas– son equivalentes a las dos columnas laterales del Árbol Sefirótico, y la vara cilíndrica central, entorno a la cual están enroscadas las dos serpientes, equivale a la columna central del Equilibrio. Tanto en el Árbol Sefirótico, como en el caduceo, están simbolizadas las dos corrientes universales –una positiva, que disuelve, otra negativa, que coagula; es decir el solve et coagula de la alquimia– que fluyen encauzándose en una corriente única que equilibra y vivifica a todos los órdenes de la Existencia universal. En cuanto al pilar en sentido de pilón, fuente pública, abrevadero, se puede recordar las pilas bautismales de las iglesias. Muchas de ellas están sustentadas por pequeños pilares que, como si se ensancharan y vaciaran en su parte superior en forma de copa, recogen el agua bendecida. En este caso, la pila es un símbolo de esa corriente que brota de la fuente única que vivifica toda la Existencia. En algunos de los iconos en los que se representa el Bautismo de Cristo, el Verbo hecho carne figura en medio de una corriente de agua que desciende de arriba. Por otra parte, también se relaciona al pilar –en el sentido de eje entorno al cual se produce un movimiento giratorio– con el sonido. Recuérdese, por ejemplo, la armonía de las esferas celestes girando en sus órbitas –que los pitagóricos denominaban la Música de las Esferas–, o el silbar del eje en los cubos de las ruedas del “carro cósmico” –ruedas representadas por el Cielo, y la Tierra–, o el silbido de la cuerda del arco iris – en este caso el pilar es contemplado como eje-puente horizontal. Se le relaciona además con las ciencias tradicionales, y con el conocimiento. Pues, cuenta la leyenda que, cuando el diluvio, para salvar los conocimientos de todas las ciencias, estos se grabaron sobre dos pilares: uno de los cuales fue hallado después por Pitágoras, y el otro por Hermes. Estos aspectos del simbolismo del pilar que brevemente se han señalado más arriba, y todos aquellos otros que este simbolismo encierra, están contenidos en la advocación de la Virgen del Pilar, cuya Venida a Zaragoza, en la madrugada del 2 de enero del año 40 d.C. , y su aparición a orillas del Ebro al apóstol Santiago –Santo Yago, o Jacobo–recoge la tradición del Pilar, cuyo primer relato escrito (véase apéndice adjunto “… la Bienaventurada Virgen María llamó para sí muy dulcemente al Bienaventurado Apóstol Santiago y le dijo: “He aquí, hijo Diego, el lugar señalado y diputado a mi honra, en el cual, por tu industria, en memoria mía, sea mi iglesia edificada. Atiende a este Pilar, que tengo por asiento, porque ciertamente mi Hijo y tu Maestro lo ha enviado del alto Cielo, por manos de los Angeles. Junto a él asentarás el Altar de la Capilla, en el cual lugar, por mis ruegos y reverencia, la virtud del muy Alto obrará prodigios y portentos admirables, especialmente en aquellos que, en sus necesidades, invocaren mi favor. Y estará el Pilar en aqueste lugar hasta el fin del mundo, y nunca faltará en esta Ciudad quien venere el nombre de Jesucristo mi hijo…” En esta tradición ha quedado interiorizado el legado universal de este símbolo que, como rito, revive la fundación de la ciudad –la antigua Salluie, Salduie, Salduba, sedetana, según Plinio, y la posterior Caesaraugusta romana fundada en el año 24 a.C. La Venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza –representada en múltiples imágenes del arte cristiano– toma cuerpo en el Pilar, y en la iglesia en que éste es situado, construida junto al Ebro por el apostol Santiago según mandato de la Virgen. Así es fundada la que va a ser en adelante ciudad cristiana. Mediante ese nuevo rito de fundación, la ciudad, como orden inferior, queda vinculada, mediante la transmisión de la influencia espiritual inherente al rito, al orden superior y universal. Interesa también observar ahí que Zaragoza, y el Ebro –a través de su acceso, desde el Mediterráneo, por Amposta, Tortosa, Gelsa, Zaragoza, Tudela, Calahorra, Logroño–, son lugares del Camino de Santiago. Un camino que se puede contemplar como terrestre –horizontal–, que conduce al Finis-Terrae, o como celeste –vertical–, que lleva a Compostela –Campus-stellae, o Vía Láctea. Esta vía celeste es la que realizaron tanto el patriarca Jacob, como el apóstol Santiago. Y el simbolismo de la visión del patriarca en Luz, y el de la aparición al apóstol en Caesaraugusta lo testimonian. Un simbolismo que señala a ambas ciudades como centros espirituales –que pertenecen al Eje del Mundo–, es decir lugares donde la influencia espiriual se hace presente. En el caso de Zaragoza, por la venida de la Madre de la divina gracia, Reina de los patriarcas, y Reina de los apóstoles. El primer relato escrito de la tradición de la Venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza está en los últimos folios de un códice en pergamino de los “MORALIA IN JOB” de San Gregorio Magno, traído a Zaragoza, desde Roma en tiempos del Rey Chindasvinto. Dice así en su versión castellana editada por Diego Dormer en 1636. Después de la Pasión, y Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo, y de su gloriosa Ascensión a los Cielos, quedó la muy piadosa Virgen María encomendada al glorioso San Juan Evangelista. Y, aumentándose en tierra de Judea el número de los discípulos por la predicación y milagros de los Apóstoles, se indignaron algunos pérfidos judíos, moviendo contra la Iglesia de Cristo Nuestro Señor una muy cruel persecución, apedreando a San Esteban, y dando horribles muertes a diversos mártires. Y por esta causa dijeron a los judíos los Apóstoles: “A vosotros en primer lugar convenía el predicaros la palabra de Dios, mas, porque la despreciasteis, y os juzgasteis indignos de la vida eterna, advertid que nos vamos a los gentiles.” Y así, esparciéndose por el universo mundo, según el mandamiento de Nuestro Señor Jesucristo, predicaron el Santo Evangelio a toda criatura, cada uno en las tierras que le habían cabido en suerte. Y, cuando salían de Judea, cada uno recibía grande copia de discípulos y la bendición de la Virgen Gloriosa y Bienaventurada. Entonces, por revelación del Espíritu Santo, le mandó Nuestro Señor al Bienaventurado Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan Evangelista, hijo del Zebedeo, que fuese a las partes de las Españas a predicar la palabra de Dios. Y, al momento, besando las manos de la Virgen, le pidió con piadosas lágrimas licencia y su bendición. A quien dijo la Virgen: “Ve, hijo, cumple el mandamiento de tu Maestro, y por Él te ruego que en una de las ciudades de España, en donde mayor número de gente a su Santa Fe convirtieres, edifiques una iglesia en mi memoria, conforme yo te diere el orden.” Habiendo pues salido el Bienaventurado Santiago de Jerusalén, vino a predicar a las Españas, y, pasando por las Asturias, llegó a la ciudad de Oviedo, donde convirtió un discípulo a la Fe de Nuestro Señor Jesucristo. Y entrando en Galicia, y habiendo predicado en la ciudad de Padrón, pasando después a la región llamada Castilla, que es la mayor España, vino últimamente a la España menor, que se llama Aragón, en la región dicha Celtiberia, donde, en las riberas del Ebro, está situada la ciudad de Zaragoza. Predicando en ella muchos días el Bienaventurado Santiago, convirtió ocho personas a la Fe de Nuestro Señor Jesucristo, con los cuales, tratando continuamente del Reino de Dios, se salía de noche a la ribera del río, donde se echaban las pajas y basura, retirándose allí por amar la quietud y por evitar las turbaciones y molestias de los gentiles. Y, dando primero a los fatigados miembros el debido descanso, se entregaban luego a la oración. Continuando, pues, algún tiempo estos ejercicios, una noche, en medio de su curso, estando el Bienaventurado Santiago con los fieles cristianos sobredichos en contemplación y oración ocupado (y durmiendo algunos de ellos), oyó voces de ángeles, que cantaban: AVEMARIA, CRATIA PLENA (como quien comienza el suave Invitatorio del oficio de los Maitines de la Virgen Gloriosa). El cual, postrándose al instante, de rodillas, vió a la Virgen Madre de Nuestro Señor Jesucristo, que estaba entre dos coros de millares de Angeles, sobre un Pilar de piedra mármol, en donde con acordes acentos, la celestial milicia de los Angeles dió fin a los Maitines de la Virgen María, con el verso BENDICAMVS DOMINO. El cual acabado, la Bienaventurada Virgen María llamó para sí muy dulcemente al Bienaventurado Apóstol Santiago y le dijo: “He aquí, hijo Diego, el lugar señalado y diputado a mi honra, en el cual, por tu industria, en memoria mía, sea mi iglesia edificada. Atiende a este Pilar, que tengo por asiento, porque ciertamente mi Hijo y tu Maestro lo ha enviado del alto Cielo, por manos de los Angeles. Junto a él asentarás el Altar de la Capilla, en el cual lugar, por mis ruegos y reverencia, la virtud del muy Alto obrará prodigios y portentos admirables, especialmente en aquellos que, en sus necesidades, invocaren mi favor. Y estará el Pilar en aqueste lugar hasta el fin del mundo, y nunca faltará en esta Ciudad quien venere el nombre de Jesucristo mi hijo.” Alegrose entonces mucho el Apostol Santiago, dando, por tanto favor, innumerables gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a su Bendita Madre. Y luego, súbitamente, tomando aquella compañía celestial de los Angeles a la Señora y Reina de los Cielos, la volvieron a la ciudad de Jerusalén y la pusieron en su retiro. Vivió después de esto en carne mortal (según la más cierta opinión) once años. Este es el ejército y compañía de aquellos millares de Angeles que Dios Nuestro Señor envió a la Virgen María en la hora que concibió a Nuestro Señor Jesucristo, para que la asistiesen y en todos sus viajes la acompañasen, y guardasen sin lisión alguna al Niño Jesús. Y el Bienaventurado Apóstol Santiago, de tanta visión y consuelo en extremo gozoso, comenzó luego a edificar allí la iglesia, ayudándole los sobredichos discípulos que había convertido a la Fe de Jesucristo. Tiene la sobredicha Capilla ocho pasos, poco más o menos, en ancho, y dieciseis en largo; en la cual está el Santo Pilar, a la parte alta hacia el Ebro, con el Altar. En servicio de esta iglesia, el Bienaventurado Santiago ordenó en presbítero al que le pareció más conveniente de los que había convertido. Y habiendo consagrado dicha iglesia, y dejando los dichos cristianos en paz, se volvió a Judea, predicando la palabra de Dios. E intituló la dicha iglesia SANTA MARÍA DEL PILAR. Esta es ciertamente la primera iglesia del Mundo dedicada por las manos apostólicas de Santiago en honra de la Virgen Nuestra Señora. Esta es la Cámara Angelical fabricada en los principios de la Iglesia Cristiana. Este es el Palacio Santísimo muchas veces visitado por la Virgen Nuestra Señora, en el cual diversas veces se ha visto cantar la Madre de Dios los Salmos de los Maitines, con los Coros Angélicos. En esta Capilla, finalmente, por intercesión de la Sacratísima Virgen María, reciben sus devotos muchos beneficios y se obran continuamente muchos e insignes milagros por Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por siempre jamás. Amén.” La palabra Bet El, en hebreo לא תיב (lamed, alef - taw,iod, beth), Casa de Dios, tiene por valor numérico (30 + 1) + (400 + 10 + 2) = (31) + (412) = 443 = 4 + 4 + 3 = 11 = 1 + 1 = 2. Notas: 1.René Guénon, Los guardianes de la Tierra Santa, V.I. agosto-septiembre 1929, p.49, nota 3. 2. voz TRADICION PILARISTA; TOMADA del Pequeño Diccionario Pilarista, de Eduardo Torra de Arana y José Luis Legorburu Jiménez, Ediciones HT, 1997. Por su relación con este estudio recomendamos a los lectores interesados el artículo de André Charpentiter "La diosa del Pilar" publicado en Atrivm (ver artículo |
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